Todo lo que debes saber si vas a ser un joven emigrante en la Unión Europea
Para el gobierno, movilidad exterior y espíritu aventurero. Para el resto, fuga de cerebros y un drama. Con una tasa de desempleo juvenil del 56,14%, el porcentaje de emigración juvenil ha crecido en España un 41% desde el inicio de la crisis. Reino Unido, Francia y Alemania fueron los principales destinos elegidos por nuestros jóvenes emigrantes en 2012. Sin embargo, de los 21.000 españoles que aterrizaron en Alemania, ya han regresado 11.000. ¿Por qué? Si estás pensando en emigrar, sigue leyendo: este artículo podría salvar tu dinero.
Cuando terminé la carrera y me inicié en la atmósfera envenenada de un país en crisis, vi todas mis expectativas de millennial desalineadas con la realidad. Las noticias parecían una canción de los Sex Pistols y el mensaje era tan claro como sutil: aquí no tienes futuro. Y eso por no hablar de un gobierno que trata a los jóvenes como cucarachas y no como el el porvenir del país.
Emigrar me pareció la única salida ante la falta de oportunidades y la etiqueta de “perdidos” que desde los medios y las propias instituciones querían colgarnos. El telediario bombardeaba día sí y día también con imágenes de aulas llenas de españoles aprendiendo idiomas para abandonar el país, recién licenciados que ya esperaban en el aeropuerto a que saliera su avión. Las cifras de emigración superaban, por primera vez en décadas, las de inmigración. Ésta era un gran campaña en la que parecía que Europa nos esperaba con los brazos abiertos para reconocer el talento que nuestro país derrochaba.
Embriagada por las ventajas de poder moverme por la Unión Europea a golpe de DNI, me lié la manta a la cabeza, vendí las joyas de mi primera comunión en un Compro oro y me fui a Londres en busca del sueño europeo.
Esta es mi historia y la de muchos otros.
1. Buscando trabajo en la Unión
Para dejarlo todo y plantarse en Londres con una maleta delante y otra detrás hace falta valentía pero también un poco de imprudencia. Probar suerte en otro país sin tener un puesto de trabajo asegurado de antemano y ahogar ahorros hasta que salga algo es como jugar a la lotería, pero al revés.
En vez de jugar a ganar dinero, juegas a no acabar perdiéndolo todo.
Por lo demás, buscar trabajo en el extranjero no es muy diferente a buscarlo en España. Aunque ciertamente hay más oportunidades, también hay más competencia. Ya no solo compites con otros españoles por el mismo puesto de trabajo: ahora además tienes que vértelas con los nativos locales y el resto de europeos del sur.
Te sientes como un número rellenando aplicaciones en línea para las grandes superficies. Pateas la ciudad entregando currículum en mano a encargados que lo aceptan sabiendo que no van a llamarte. Te levantas con la ilusión de que ese sea el día, la semana o el mes en el que, al fin, alguna de las semillas que has ido plantando dé sus frutos. Cuando la desesperación empieza a manifestarse, te autoenvías correos electrónicos para comprobar que, en efecto, no hay ningún problema con tu bandeja de entrada, y le pides a un amigo que te haga una perdida, buscando una explicación menos dolorosa al hecho de que aún no te haya llamado nadie para concertar una entrevista. Sin embargo, aún no está todo perdido porque siempre quedará McDonald’s.
McDonald’s se convierte en tu seguridad mental. Es ese último cartucho que no quieres quemar pero que esperas que te salve el culo cuando corresponda. Total, para limpiar mesas y váteres prefieres hacerlo en inglés que es más exótico.
Tras varias entrevistas fallidas en sitios ligeramente mejores y la cuenta del banco temblando, no te queda más remedio que inscribirte en todas las ofertas de la hamburguesería más rica en precariedad laboral, con la seguridad de que, al menos, una entrevista la tienes asegurada. Lo que luego ocurre es otra cosa. Un día acabas llorando entre las estanterías del M&M’s de cuatro plantas en Leicester Square (uno de los lugares más alegres de la tierra junto a Disneyland), cuando tu teléfono móvil te comunica que ni has pasado la primera fase de selección de personal. Entre mocos y sollozos, con tus carreras y másteres, te sientes como un mueble barato y mal montado de IKEA, incapaz incluso de conseguir un empleo de los así llamados no cualificados.
El día que te rechazan en McDonald’s es el día en que muere tu autoestima.
2.¡Nunca serás tan pobre!
Da igual que seas ciudadano de un estado miembro de la Unión y que te hayas mudado a un país más rico que el tuyo, ¡nunca serás tan pobre! Hay semanas en las que llegará el fin de semana y ni te quedará dinero para salir a ahogar las penas, y eso que hasta cuando eras adolescente tenías dinero para emborracharte. Tus ahorros serán absorbidos por un agujero negro de comida de dudosa calidad a precio de riñón, transporte y alquiler de una habitación compartida con dos italianas y un frigorífico.
De poco te servirá estar rodeado de la oferta cultural que siempre quisiste y de las cosas bonitas con las que siempre soñaste. Sin dinero, podrás mirar pero no tocar. Teniéndolas tan cerca, no te quedará más remedio que seguir soñando con ellas, ahora desde un colchón viejo en el que te clavas los muelles.
Otra serie de desdichas que puede que empiecen a sucederte: una bolsa de la compra se perderá en el camino del supermercado a casa, el tarro de tomate frito caro pero comestible caerá al suelo nada más abrirlo, obtendrás dinero para poner la lavadora pero se acabará el detergente, de repente se romperá el ordenador y/o el móvil y el día en que te caduque el bono del metro, no importa el motivo, tendrás que andar hasta la otra punta de la ciudad; a mitad de camino empezará a llover, nevar o –si el día está ocioso– granizar.
Al principio pensarás no haber sabido lo que era la mala suerte hasta que te mudaste a Londres. No pasará mucho tiempo hasta que adviertas que la propia ciudad te hace bullying para que te marches.
Tu estancia se convertirá en una batalla constante contra un gigante. Un tira y afloja con un monstruo que te traga y después intenta regurgitarte porque no le cabes. Un gigante al que no podrás ganar; sólo resistir sus embestidas y plantarle cara para mantenerlo a raya, sabiendo que siempre volverá a ponerte a prueba. Siempre.
2.Precariedad y cara dura
Habitualmente el éxodo actual es comparado con aquél que sucedió en los sesenta y setenta. La única diferencia, dicen, es que al contrario que nuestros abuelos nosotros estamos cualificados. Aunque para un recién licenciado sin experiencia y buenas referencias, encontrar trabajo en lo suyo es casi un milagro. Además de tesón y constancia, necesita que se alineen los astros y una bendición de Sandro Rey. Toda la competencia nativa te pasa por delante y las titulaciones españolas no impresionan a nadie a no ser que seas un genio, o formes parte de un sector demandado en el extranjero. Tampoco tus titulaciones ni tu experiencia te servirán de mucho sin un buen dominio de la lengua.
Conseguir un empleo basura no es tan fácil como parece. Tampoco imposible. Emigras huyendo de la precariedad laboral y no tienes más remedio que acabar comiendo de ella. El ingeniero que friega suelos y sirve hamburguesas no es ninguna leyenda urbana. De entrada, los puestos a los que un joven extranjero sin experiencia puede acceder no son muy atractivos: empleado de restaurante de comida rápida, camarero, auxiliar de cocina, niñera… ni siquiera dependiente. Los puestos de vendedor y cajero suelen ocuparlos nativos o personas con un perfecto dominio de la lengua. Ni el inglés del instituto ni el de la escuela de idiomas te van a dar trabajo en una tienda, y por supuesto cobrarás el salario mínimo que, a jornada completa, da única y exclusivamente para sobrevivir, aún siendo más elevado que el salario mínimo español.
Luego están los que se aprovechan de la situación. En Londres son muy comunes las residencias y hostales que emplean a jóvenes emigrantes en calidad de “voluntarios”. Limpias a cambio de compartir una habitación con otros tres o cuatro compañeros. Algunos particulares, a los que se les ha subido a la cabeza su casa en algún barrio chungo de Londres, ya copian el modelo y buscan au pairs que accedan a ser sus Cenicientas a cambio de la habitación más cutre de la casa. Son muchos los aliados del gigante.
3.La parte positiva
A pesar de la ruina, el maltrato y la frustración, acabas desarrollando por tu país de acogida un síndrome de Estocolmo que te lleva a llorar en el avión cuando tienes que regresar a España con tus dos maletas de sueños mancillados. Es la nueva perspectiva adquirida, los nuevos objetivos, las anécdotas entre hilarantes y patéticas que podrían convertirse en un futuro superventas mundial que te saque del atolladero, o, al menos, en batallitas que contar a los nietos, si es que algún día consigues una vida estable que te permita tenerlos.
Habrás practicado y mejorado tu segunda lengua (puede que no tanto como te hubiera gustado) y ganado algún que otro contacto nativo (probablemente no tantos como te hubiera gustado). Además, si la ansiedad por no haber encontrado el trabajo de tus sueños (o haber encontrado el de tus pesadillas) no te lleva a darte a la repostería, entonces volverás con cuerpazo gracias al gimnasio que supone no tener dinero para el autobús y andar a todos lados.
Sin embargo, y curiosamente, lo mejor que te llevarás de tu experiencia en el extranjero serán tus amigos españoles. Una amistad forjada en la adversidad entre personas que, sin conocerse, se ayudan y se convierten en lo más parecido que tendrás jamás a unos amigos de la mili.
Con ellos te emborracharás en el único peldaño que hay por debajo del umbral del botellón: beber sidra de una libra sentados en la moqueta de tu habitación, pinchando música en Spotify (con anuncios). La desnutrición hará que necesitéis beber muy poco para llegar a lo más alto en poco tiempo. Con apenas dos libras tendréis para toda la noche. Otra ventaja. Juntos veréis Solo en casa un 25 de diciembre sin regalos y pizza recalentada. En ellos podrás confiar para que te procuren la toalla cuando quieras tirarla, y para ser tu familia en el extranjero.
En suma, emigrar te servirá para aprender a valorar las cosas buenas de tu país, querer contribuir a librarlo de las malas y ver que en ese extranjero que idealizaste desde el sofá de casa, también hay necios y mucha basura.
El 50,4 % de los jóvenes emigrantes españoles opta por hacerlo a algún país de la Unión Europea ante la falta de oportunidades y los recortes a sus derechos. España ha pasado de ser el país número 14 que emite emigrantes laborales a Reino Unido a ser el segundo. Pero la emigración no es la gallina de los huevos de oro. Tampoco, aunque muchas veces lo parezca, una obligación. Es solo una opción. Estamos preparados, tenemos poder y este país también nos pertenece. La generación de nuestros padres no tiene por qué echarnos.