[Publicado en PlayGround]
Estamos descalzas sobre las colchonetas del gimnasio y Vanessa Mendoza Cortés nos hace confesar qué es lo que nos ha llevado hasta allí.
—Tenía curiosidad por saber en qué consiste esto.
—Siempre había querido probar porque me gustan las artes marciales.
—Hace tiempo que quería hacer un curso de defensa personal pero las plazas se llenan muy rápido.
Me estoy poniendo nerviosa porque se acerca mi turno y no sé si es que nadie se atreve a decir abiertamente la verdad o es que soy la única que lo piensa:
—Estoy aquí porque estoy harta de tener miedo cuando vuelvo sola a casa.
Vanessa es psicóloga y especialista en violencia de género. Ha trabajado para la Diputació de Barcelona como tal y es la fundadora de Stop Violències, una asociación con la que lucha por la igualdad de género en Andorra y enseña defensa personal aquí y allá.
Como sospecho, esta tarde aprenderé unas cuantas técnicas de autodefensa basadas en un arte marcial. Más concretamente, en uno tradicional japonés llamado Budo Taijutsu. Aunque lo que no imagino es que , principalmente, voy a enfrentarme mentalmente a uno de mis mayores miedos: ser violada.
Lección nº1. La autodefensa empieza mucho antes de estar en situación de peligro
Antes de llegar, me preocupaban mi escasa fuerza física y mi nula coordinación. Sin embargo, conforme Vanessa va hablando, lo que me asusta es lo poco que sé sobre cómo afrontar una amenaza tan cotidiana.
Que bajando la cabeza y pegando la barbilla contra el pecho puedo evitar que me ahoguen es algo que desconocía.
No obstante, pronto descubro que ninguna saldremos de allí capacitadas para que sea el agresor el que acabe inmovilizado contra el suelo.
Para ello tendríamos que aprender un arte marcial en profundidad. Aunque, por suerte o por desgracia, la autodefensa se compone de dos partes: la física y la mental. Además, resulta que esta última es la más importante.
De hecho, ya puedes ser el más alto cinturón de lo que sea que si te bloqueas no sirve de nada.
El bloqueo es el principal enemigo de la autodefensa así que Vanessa nos aconseja entrenar la mente enfrentándonos a nuestros miedos. No importa que no tengan nada que ver con la violencia sexual: miedo a las arañas, a los aviones, a los perros… Cualquier cosa que nos haga sentir vulnerables.
Aprendo que la indefensión que sentimos con respecto al hombre se llama indefensión aprendida y está relacionada con el concepto que tenemos de hombre. Ese macho todopoderoso que puede hacernos lo que quiera, cuando quiera y ante el que no podremos defendernos.
“Cuando un hombre nos coge, no estamos hablando solo de algo físico. Entra en juego el miedo. Por eso los enfrentamientos no se ganan desde lo físico sino primero desde lo emocional. Lo físico es lo último”.
Esa es la teoría, pero entonces Vanessa suelta la bomba.
“Yo sufrí una agresión sexual así que no hablo desde el “me han contado” o desde el “he hecho un cursito”. Hablo desde quien lo ha pasado”.
Vanessa tenía 18 años . En un lugar tan concurrido como Plaza Cataluña y a plena luz del día, un tipo la rodeó con el brazo. Ni siquiera le hizo falta emplear la fuerza, bastó una amenaza verbal para conseguir llevarla hasta un portal.
“En realidad, podría haber salido corriendo pero mi cerebro se bloqueó”.
Trato de ponerme a mí misma en esa situación. Imagino todas las formas en las que podría alertar a los demás de que algo no va bien si mantengo la calma. Imagino que le clavo las llaves en la cara.
Lección nº2. La consciencia, la intuición y todo lo que lleves encima son tus mayores armas
No nos gusta admitirlo pero vivimos en sociedades violentas. Sin embargo, no andamos por la calle de forma consecuente. Entre que vamos distraídas escuchando música, mandando whatsapps y jugando a Pokémon Go, somos cada vez blancos más fáciles.
“Hemos dejado toda nuestra protección en manos de la policía o del gobierno, y esa es una actitud muy infantil”.
Ser conscientes y dominar el espacio en el que nos movemos es básico. Vanessa nos anima a cuidarnos de forma activa. Por ejemplo, entrar al vagón de metro y analizar de quiénes estamos rodeadas. A elegir conscientemente al lado de quién queremos sentarnos…
Entonces empiezo a pensar en la cantidad de veces que me he obligado a mí misma a pasar por sitios que no me daban buena espina. Lo he hecho solo para no sentirme limitada, para demostrarme a mí misma que no soy soy una miedica. También pienso en el sentimiento de derrota cuando no me he atrevido a hacerlo y he cogido un taxi.
“No importa que os hayan enseñado a dejaros llevar exclusivamente por la razón. Tenéis que hacerle caso a vuestra intuición porque es la que os va a salvar la vida siempre.»
Eso significa que lo he estado haciendo mal todo este tiempo. Si tengo miedo de volver sola a casa,tengo que hacerle caso. Escuchar lo que ese miedo tiene que decirme. Fingir que no lo oigo porque en una sociedad ideal tendría que poder pasar por donde me diera la gana, me pone en peligro.
“Reflexionad sobre las inseguridades que está señalando ese miedo y planificad . Contad el número de calles hasta vuestra casa, identificad los puntos clave del trayecto, pensad previamente dónde podríais refugiaros… Llevad el espray en la mano y no en el bolso”.
Me doy cuenta de que yo misma suelo fijarme instintivamente en quién llevo detrás por la calle. ¿Son los mismos? ¿Me seguirán si cruzo? Solo así ya me he quitado a un par de locos de encima antes de que fuera demasiado tarde.
Lección nº 3. Mejor parecer una loca a dejar que la situación vaya a más
Durante los pasados sanfermines, un caso de violación consternó al país. La víctima relató a la policia cómo un grupo de chicos se había empeñado en acompañarla hasta su coche. Ella había rechazado la oferta pero la ignoraron. En un momento dado, empezaron a toquetearla. Ella intentó darles esquinazo sin éxito y acabaron violandola en grupo en un portal.
Puedo imaginar lo que se le pasó a aquella chica por la cabeza durante el trayecto: “Estos tíos no me gustan. No quiero que vengan conmigo pero ¿y si solo quieren ser amables y yo quedo como una loca?”.
Probablemente, después de esta clase, hubiera sabido que estaba legitimada a gritar o salir corriendo. Estaba legitimada a ponerse seria, a pedir ayuda a las personas con las que se cruzaba o a refugiarse en un bar. Lo estaba desde el mismo momento en que ella les dijo “no” por primera vez y ellos se lo pasaron por el forro.
“Es importante cortar la situación cuanto antes. La cosa solo va a ir a más y no hay que dar lugar a vernos con el problema, literalmente, encima. Si sospecháis estar en peligro, actuad aún a riesgo de acabar haciendo el ridículo”.
Lección nº4. Pelea como una chica hasta el final
Hay algo que flota en el imaginario colectivo y que Vanessa desmonta de tal forma que me siento idiota. Idiota por haberme dejado engañar tan fácilmente. Me refiero a esa regla no escrita, y que corre de boca en boca, en la que si te van a violar, es mejor no oponer resistencia. Para que duela menos, dicen. Vanessa nos pide lo contrario:
“Dad problemas porque es lo que los agresores no quieren. Gritad, arañad, buscad hacer daño. Nunca os deis por vencidas. Tal vez, el momento para poder atacar y escapar no llega hasta que ya estéis en el suelo y el agresor desabrochándose el pantalón».
A pesar de lo tenso de la clase y de lo mucho que nos está removiendo, Vanessa se las ingenia para hacernos reír. Sobre todo, porque para manejar situaciones de mucha tensión, tenemos también que aprender a rebajarla y a transformarla.
“Esto es una revolución. Cuantas más mujeres conscientes y empoderadas haya, menos agresiones se producirán. Si saben que pueden salir escaldados, los agresores empezarán a pensarselo dos veces. Ahora mismo es que ni se lo piensan porque socialmente son impunes ”.
Salgo del taller de autodefensa revuelta. He aprendido a romper un brazo pero mo me siento más segura. De hecho, ahora soy más consciente aún del riesgo que corro. Sin embargo, por primera vez, me siento poderosa. Por primera vez en toda mi vida, no me veo con todas las de perder y sé que, dado el caso, tengo una oportunidad.
Fotos: Lora Mathis