El Río Segura corta ydivide la ciudad a su paso. De niños le dedicábamos rimas crueles porque estaba podrido: «el Río Segura, mierda pura», repetíamos divertidos. Estábamos tan acostumbrados a aquel hedor intenso que nos obligaba a contener la respiración, que pensábamos que venía así ya del nacimiento. Otra cosa que nos gustaba contarnos entre los críos era que una mujer había intentado suicidarse saltando desde el Puente Viejo y no lo había conseguido porque se había quedado clavada en la mierda. Aquello fue nuestro propio Ricky Martin y la mermelada a nivel regional. Todos conocíamos a alguien que conocía a alguien que lo había leído en el periódico. Algunos hasta aseguraban que la mujer se había quedado paralítica. Entre los mayores, sin embargo, no colaba. Ellos se limitaban a comentar la desafortunada decisión de los vecinos que hubieran adquirido uno de los apartamentos que daban al río: «tienen que vivir apestados». Era el tema de conversación más recurrente, la muletilla rompehielos por excelencia, sobre todo cuando el sol postapocalíptico del verano mediterráneo recalentaba sus aguas estancadas y florecían las colonias de mosquitos que nos obligaban a protegernos la cara al cruzar el río.
memorias
Cuando era pequeña mis padres me llevaban por Navidad, Semana Santa y otras fechas señaladas a unas aburridísimas reuniones llenas de matrimonios sin hijos. Yo no me enteraba muy bien de qué iba todo aquello pero lo odiaba porque era como ir a misa y tener que aguantar otro monólogo infumable sobre lo malo e imperfecto que era el ser humano. Monólogo que, entonces, yo ni siquiera entendía. Con la única diferencia de que, al final, en vez de hostias y vino había pastelitos y zumo de melocotón.
Ahora sé que aquellas reuniones no eran ningún club del libro ni —a pesar de los arcángeles, magos negros y princesas blancas de los que allí se hablaba— un grupo de juego de rol sino una especie de día de puertas abiertas de la secta a la que mi padre pertenecía.
La gnosis, secta para unos, religión para otros y (pseudo)filosofía para sus miembros, sigue las enseñanzas de Samael Aun Weor (nombre artístico), un colombiano que en los años cincuenta se autoproclamó profeta cuando, como sacado de un testimonio de El diario de Patricia, el Genio de Marte se encarnó en él (sea lo que sea que eso signifique).