Cuando uno se encuentra un cómic como Que alguien se acueste conmigo, por favor de Gina Wynbrandt en el catálogo de un gran grupo editorial no sabe si preguntarse qué hace una chica como ella en un sitio como ese o celebrar el primer atisbo del indie de hoy convirtiéndose en el mainstream de mañana. Y eso es maravilloso porque en una industria dominada por una mirada tradicionalmente masculina, hacen falta más como la suya. Porque Gina, con una honestidad brutal, ha demostrado que lo que lleva a una veinteañera a enamorarse de Justin Bieber como una quinceañera puede ser desternillante, pero, en ningún caso, tonto.
feminismo
Son las once de un sábado por la noche. Podría estar en cualquier garito esforzándome por pillar cacho. No obstante, estoy sola en casa comiendo palomitas a dos manos.
Abro YouTube y escribo en el buscador “vídeos divertidos para perder el tiempo”. Vale, lo último no lo incluyo porque es inherente al concepto pero funciona y acabo en uno que me promete reírme con gatos que parecen bailar al ritmo de la música.
Fotos: Lora Mathis
Estamos descalzas sobre las colchonetas del gimnasio y Vanessa Mendoza Cortés nos hace confesar qué es lo que nos ha llevado hasta allí.
—Tenía curiosidad por saber en qué consiste esto.
—Siempre había querido probar porque me gustan las artes marciales.
—Hace tiempo que quería hacer un curso de defensa personal pero las plazas se llenan muy rápido.
Me estoy poniendo nerviosa porque se acerca mi turno y no sé si es que nadie se atreve a decir abiertamente la verdad o es que soy la única que lo piensa:
—Estoy aquí porque estoy harta de tener miedo cuando vuelvo sola a casa.
Vanessa es psicóloga y especialista en violencia de género. Ha trabajado para la Diputació de Barcelona como tal y es la fundadora de Stop Violències, una asociación con la que lucha por la igualdad de género en Andorra y enseña defensa personal aquí y allá.
Como sospecho, esta tarde aprenderé unas cuantas técnicas de autodefensa basadas en un arte marcial. Más concretamente, en uno tradicional japonés llamado Budo Taijutsu. Aunque lo que no imagino es que , principalmente, voy a enfrentarme mentalmente a uno de mis mayores miedos: ser violada.
Kate Bolick entra en la habitación y rompe de un plumazo todos los estereotipos asociados culturalmente a una mujer soltera de más de 40 años. De hecho, ella misma se define como “solterona”, un término que reivindica con el mismo valor que se le aplica al “soltero de oro” del hombre.
Si esto fuera una película, en el mejor de los casos, Kate sería representada como una mujer de éxito, algo superficial y despiadada que se reencuentra con una vieja amiga desbordada por el peso de la vida familiar. Claro que, hacia el final de la misma, descubriríamos que, en realidad, es ella la que envidia a la casada porque “no hay nada como el hogar” y todo eso.
Por suerte, esto es la realidad y Kate no solo es alguien cuya vida no te importaría tener sino que, con cada gesto, transmite serenidad, inteligencia y dulzura.
Malpaso acaba de publicar su historia, Solterona, un ensayo brillante sobre cómo la periodista se crio pensando que acabaría casándose pero que, sin embargo, cuando le llegó el momento de dar el paso, el deseo se había esfumado.
Fotos: Michal Pudelka
Al poco de contestar mi llamada, una de las primeras cosas que me sugiere Celia Estévez es que ella ya estaba indignada antes de que la indignación fuese el estado de ánimo de todo el país. Entre risas, ella cuenta que lleva en crisis desde 1980. Pero a pesar de su buen humor, una advierte rápida que no bromea y que está a punto de contar algo muy serio.
Celia habla de la muerte de su padre cuando ella acababa de cumplir los 18. Habla de tener que buscarse la vida. Habla de quedarse en la calle «como los desahuciados de ahora» y de cómo aquella experiencia la hizo darse cuenta de que no se veía en el rol tradicional de mujer casada y con hijos.
En la actualidad tiene 53 años, comparte piso y, después de toda una vida marcada por el trabajo precario, se ha quedado en paro.
Todo estos acontecimientos de su vida la han llevado, paso a paso, hasta la propuesta que acaba de hacerle al gobierno de Madrid: nada más y nada menos que la fundación de una casa autogestionada y autosuficiente para mujeres mayores de 50 años. Ella advierte de que esto es algo que no ha de confundirse con una residencia para personas mayores o con un piso tutelado. De hecho, el proyecto se inspira en la Casa Babayaga de Montreuil (Francia), un hogar autogestionado en el que 21 mujeres con pocos recursos envejecen juntas.
Imágenes de Petra Collins.
Depilarme por primera vez convirtió mi vida en un auténtico melodrama de sitcom familiar. No es que me doliera especialmente pero igualmente lloré desconsolada en el cuarto de baño mientras mi madre me gritaba al otro lado de la puerta que me iba a llevar al psicólogo.
La depilación era una práctica que las mujeres de mi entorno tenían (y siguen teniendo) tan interiorizada que ninguna sabía (y siguen sin saber) explicarme muy bien por qué lo hacían.
Por aquel entonces yo ya hacía un verano o dos que venía necesitando una buena poda. Sin embargo, aún era capaz de mirar mi propio cuerpo peludo sin sentir asco de mí misma.
Como mucho, vergüenza por estar dejando de ser una niña y convirtiéndome en una mujer.
Me gusta tener la regla aunque no siempre ha sido así. Y no lo digo porque durante los primeros días de sangrado experimente un dolor que solo puedo describir como mis ovarios intentando matarme desde dentro. Lo digo porque durante mis primeros años menstruando convertí mi regla en un oscuro secreto que debía ocultar a toda costa para, solo algún tiempo después, ascenderla a la categoría de engorro. Una carga que teníamos que soportar todas las mujeres del mundo gracias a un reparto injusto y desigual de la naturaleza.
La primera regla se presenta sin avisar. Yo era un poco más joven de lo habitual cuando menstrué por primera vez. Me había desarrollado de manera precoz y, de repente, una indisposición estomacal se había convertido en una mancha granate en las bragas. Aquella mancha oscura que deseaba con todas mis fuerzas que fuera caca y no sangre, tiñó inesperadamente mi vida de vergüenza mientras hacia prometer a mi madre que no se lo contaría nunca jamás a ningún otro ser humano sobre la faz de la tierra.