El Río Segura corta ydivide la ciudad a su paso. De niños le dedicábamos rimas crueles porque estaba podrido: «el Río Segura, mierda pura», repetíamos divertidos. Estábamos tan acostumbrados a aquel hedor intenso que nos obligaba a contener la respiración, que pensábamos que venía así ya del nacimiento. Otra cosa que nos gustaba contarnos entre los críos era que una mujer había intentado suicidarse saltando desde el Puente Viejo y no lo había conseguido porque se había quedado clavada en la mierda. Aquello fue nuestro propio Ricky Martin y la mermelada a nivel regional. Todos conocíamos a alguien que conocía a alguien que lo había leído en el periódico. Algunos hasta aseguraban que la mujer se había quedado paralítica. Entre los mayores, sin embargo, no colaba. Ellos se limitaban a comentar la desafortunada decisión de los vecinos que hubieran adquirido uno de los apartamentos que daban al río: «tienen que vivir apestados». Era el tema de conversación más recurrente, la muletilla rompehielos por excelencia, sobre todo cuando el sol postapocalíptico del verano mediterráneo recalentaba sus aguas estancadas y florecían las colonias de mosquitos que nos obligaban a protegernos la cara al cruzar el río.
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