Montajes de Jonathan Strange.
Para poder escribir su libro, la periodista Sabina Urraca se mudó a la Alpujarra granadina. Podría sonar bucólico. A sueño de oficinista hecho realidad, pero la casa no tenía ni agua corriente ni una instalación eléctrica en condiciones. Cada vez que llovía, los jabalíes removían la tierra fresca y sacaban los cables. A veces vivía sin luz durante largos días de lluvia en los que, aislada, tampoco hablaba con nadie. Un esfuerzo homérico que, en ocasiones, la hizo llorar de impotencia pero que ha acabado convirtiéndose en Las niñas prodigio, uno de los debuts literarios más apasionados y sinceros de los últimos tiempos.
También, se trata de un libro que ha generado cierta polémica entre algunos de sus lectores, que no parecen ponerse de acuerdo entre si lo que se cuenta en él es verdad o ficción, feminista o reprobable… Y en el que se dibujan unas relaciones entre adultos y niños un tanto extrañas. Hablamos con su autora mientas la segunda edición del libro sale de imprenta.
Sabina, en Las niñas prodigio, autora, narradora y protagonista se funden en una. ¿Te molesta que se entienda como una biografía y no como una ficción?
Me parece un poco raro y pueril. No entiendo que la gente me pregunte qué cosas son verdad y cuáles no. Sobre todo porque da igual. Todo es verdad dentro de la ficción. Mezclar lo que me ha pasado con lo que me imagino es la ficción perfecta para mí.
Sin embargo, el abuso, que es un tema importante del libro, ha pasado bastante desapercibido. Porque, corrígeme si me equivoco, pero en el libro hay escenas en las que se sugiere un posible abuso.
Nunca se llega a saber qué pasa exactamente esa noche en la que Henri encuentra a la protagonista en su casa. Tampoco se sabe qué pasa entre Henri y Amaiur la tarde que se escapan al pueblo. Ni siquiera yo lo sé. Es una sugerencia que queda ahí. Podría perfectamente no haber pasado nada. Recuerdo esa clase de relaciones entre adultos y niños cuando era pequeña. No pasaba nada que ofendiese la moral, pero había historias extrañas. En los scouts, de repente, podía haber un monitor de 20 años con una predilección clara por una niña de 8 a la que le llevaba flores y con la que parecía vivir una especie de romance.
¿No te inquieta entonces que el libro se haya cuestionado desde el feminismo, pero se haya mirado para otro lado con este tema?
Me ha extrañado mucho que en las entrevistas me pregunten bastante sobre la visión femenina del mundo. Primero, porque no me parece que el libro la tenga. Ante todo, la protagonista es un ser confundido que busca ser amado, trascender, y eso es algo universal, absolutamente independiente del hecho de que sea una niña o una mujer. Y segundo, porque hay un tema bastante polémico que atraviesa todo el libro y sobre el que nadie pregunta. Nadie nunca en una entrevista ha mencionado la palabra pederastia y, aunque no está explícita, sobrevuela el libro dejando pistas. Sin embargo, mucha gente se ha apresurado a preguntar sobre feminismo, a clasificar el libro como un libro feminista. Decir que mi libro es feminista es absurdo, y es injusto tanto para mi libro como para el feminismo. A nadie se le ocurriría decir que El extranjero es un libro que indaga en los secretos del alma masculina. No obstante, esa es la caja en la que veo que se mete a Las niñas prodigio una y otra vez. Parece que ya no sabemos clasificar las cosas de otra manera. Es algo que me tiene un poco cansada, la verdad.
A pesar de ello y aunque, desgraciadamente, muchísimas veces en la vida real sí que lo somos, en Las niñas prodigio, niñas y mujeres nunca son retratadas como víctimas; son fuertes y poderosas.
Bueno, hay de todo: la protagonista, por ejemplo, es víctima de sus propios enredos mentales muchas veces. Pero hay personajes secundarios que son niñas muy poderosas: Olivia, Clara, Amaiur… Ellas son casi como señoras que tienen claro a lo que van y ejercen cierto poder sobre los adultos. Los niños y las mujeres son muchas veces víctimas de este mundo perro, pero mi libro va de otra cosa. Va de unos personajes que piensan y sienten unas cosas. No pretendo dictar sentencia sobre ningún tema ni adoctrinar sobre nada. No muestro una realidad, no digo que el mundo sea así. Simplemente cuento unas historias y dibujo unos personajes.
Pero sí es muy característico ese poder que tiene los niños que aparecen en el libro.
Como te decía, hay de todo. La protagonista no lo es, aunque observa a su alrededor cómo hay muchas niñas que sí lo son. Su amiga Clara, por ejemplo, que mantiene esa relación tan extraña con su tío en la que se la lleva con él los veranos y que le regala un teléfono solo para que ellos dos puedan hablar. Ella sí es un personaje superpoderoso que domina su vida y a los demás y que sabe que, en algún momento va a dejar esa relación rara. En el libro hay, como en la vida, personajes dominantes y dominados. Me interesaba esa mirada candorosa de una niña poco poderosa viendo los poderes de otras que sí que lo son.
¿No es poderosa la protagonista cuando su reacción a que haya un violador suelto en el barrio es bajar la basura en camisón y sin bragas?
Empieza a tomar poder ahí. Cuando es pequeña es muy inocente. Está esperando a que la quieran. Cuando limpia la casa de Henri veo incluso un paralelismo con la vida de niñas santas que hacen buenas obras para ser amadas. Es verdad que luego, a medida que crece, y de manera muy torpe, descubre el sexo, sus deseos se vuelven más retorcidos, y toma poder.
Sin embargo, al resto parece sucederle a la inversa. ¿Es cuando los niños empiezan a conocer e integrarse en el mundo adulto que pierden ese poder? En el libro hablas de algunos casos famosos como el de Drew Barrymore.
Yo no lo veo así. ¿Has visto esa foto de la que hablo en el libro, en la que Drew Barrymore le está encendiendo un puro a Stephen King? Me gusta porque Drew controla absolutamente la situación. Es verdad que luego tuvo problemas de drogas, pero ese momento es superpotente. Muestra a una niña de fiesta, perfectamente integrada en un mundo de adultos, a la que no se la mira con la delicadeza y condescendencia de la niña-mascota. Es una fiestera nata. Me fascina esa foto.
El libro parece escrito de una forma muy visceral y torrencial, ¿por qué esta historia tenía que contarse así y de ninguna otra forma?
Yo, en general, reviso poco y escribo siempre muy rápido y torrencialmente. Me gusta ese rollo de entrar en una especie de mini trance. A veces, en ese proceso me muerdo por dentro de la boca y me hago sangre y ni me doy cuenta, como alguien muy puesto en una noche de fiesta. Para mí, es como cuando hablo en el libro de esa ruina que hay en el valle. Esa casa que Marino construyó y que, cuando su mujer lo echa, decide destruir en una sola noche. Mientras escribía el libro, me daba la sensación de que yo también estaba intentando destrozarlo todo lo más rápido y violentamente posible. Y la única manera de hacerlo era muy rápido. Aunque también es cierto que esa vomitona llevaba mucho tiempo fraguándose.
También está muy presente el propio proceso de escritura, donde te cargas la imagen glamurosa y bucólica del escritor que se retira al campo con la realidad de lo austero y precario de dedicarse a escribir. ¿Cómo llegaste a esa casa de la Alpujarra?
Para mí supone un alivio muy grande saber que siempre me queda el campo. Allí he vivido con lo mínimo y ahora sé que ya no voy a tener que volver a casa de mis padres, ni voy a caer en la indigencia. Vivir en esa casa puede resultar extremadamente jodido porque no hay agua corriente, se va la luz, entran ratas y serpientes, pero para mí es un paraíso. Yo venía de haber estado en California recogiendo marihuana y durmiendo en un coche, después en Cuba, donde conseguir una botella de agua potable a veces se convertía en una odisea, y luego en Ciudad de México pasando miedo cada noche que salía a la calle. No tenía pertenencias porque lo había vendido todo. Además, estuve muy enferma. Me detectaron una enfermedad crónica bastante jodida y sentí que la vida me ponía contra la espada y la pared… O escribía ese libro ya o todo lo que estaba viviendo podía destruirme. No quedaba otra. Mi vida estaba desmontada, y lo único que podía hacer era construir algo. Salió este libro.
Y, después de toda esa pulsión, ¿la necesidad de escribir resulta más un don o una maldición?
Más que un don o una maldición, yo lo veo como un vicio de carácter. Mi amigo y vecino, el escritor Daniel Monedero, escribió hace unos días que, cuando se habla de la vocación de escribir, nunca se dice que una de las principales razones para hacerlo es hablar todo el tiempo que tú quieras, de lo que tú quieras, sin que nadie te interrumpa ni te lleve la contraria. Dicho esto, creo que la necesidad de escribir es una especie de maldición muy arraigada, más un defecto que una virtud. Porque hacer falta, ningún escritor hace falta. Últimamente pienso mucho en que bueno, ya he escrito un libro que llevaba arrastrando mucho tiempo, y en que quizás ya está, ya estoy liberada y puedo hacer lo que me dé la gana… Tengo una fantasía absurda en la que me hago profesora de pilates. Fantaseo muy intensamente con ello, en serio. Supongo que es un sueño idiota, de querer ser otra persona. Mi lado más lógico, en cambio, me lleva por otro camino: el de, de ahora en adelante, intentar divertirme un poco más y sufrir un poco menos escribiendo.
*Publicado en Oculta Lit el 3 de octubre de 2017.