Nacemos en calidad de hijos pero somos, ante todo, herederos. El dinero, las sortijas de oro, las casas de la playa… todo eso que siempre se lleva la fama no es más que la punta del iceberg. Un premio de consolación de apariencia vistosa. Porque heredamos todo, empezando por el cuerpo. Luego vienen las actitudes ante la vida, la forma de estar en el mundo. Un ademán. Un gesto congelado. Y, por último, las enfermedades y la decadencia del cuerpo. Por heredar, podemos heredar hasta la misma muerte.
Mi abuela murió y heredamos un televisor de última generación, una vajilla de porcelana, una radio antigua de valor tasable, cubertería de plata y una maravillosa predisposición a padecer cáncer. Entre otras cosas.
Mi abuela murió. Vivió ochenta y seis años, veinticuatro en mi vida y, sin embargo, no la conocía de nada. Ya en esta nueva etapa mía había perdido la cabeza y el día que me la presentaron, aunque todavía llegó a reconocerme, estuvo regañándome por haber ido a su casa a sentarme en la lámpara del techo. La demencia senil también puede ser divertida. Lo peor es la demencia del cuerpo. Dicen que la historia de la humanidad es pendular y, desde luego, la historia del cuerpo también. Mi abuela murió postrada en una cama, comiendo papillas y habiendo perdido el control total de su esfínter pero, en su mundo, se pasaba las noches pisando uva en la vendimia y por las mañanas se creía tan cansada que nos pedía que fuéramos nosotros a recoger su jornal porque el jefe, aunque guapo, no era de fiar y ella se estaba pagando una casa.
Hasta cuando terminó de irse lo hizo también en sueños y qué bonito sería poder creer que lo que pasó fue que le entregaron las llaves de aquella casa suya porque lo cierto es que nunca llegó a decirnos dónde estaba y en el velatorio lo que parecía es que su cuerpo lo hubieran sustituido por una réplica en cera… Incluso al cura le dio por hablar durante el sermón de una morada santa a orillas de una nube o algo así. Una especie de destino último de la vida de prueba y el comienzo de una auténtica y duradera, más que una pila alcalina Duracell.
Yo ya sé que la gente necesita pensar que morirán con estallidos en el cielo, que verán una luz cálida al final de un túnel o que asistirán a un pase exclusivo de la película de su historia porque pasa que luego las vidas se acaban de forma que parece que no valen nada.
*Publicado en El Butano Popular el 04 de abril de 2014.