Esta no es una lista ni de los mejores libros del año ni de los que más me han gustado. Es más que eso. Es una lista de los libros que han marcado mi vida este año:
‘La tumba del marinero’ de Luna Miguel fue el regalo que mi madre me hizo por Navidad el año pasado. En Nochevieja, después de las uvas y de unas cuantas actuaciones en playback del especial de Año Nuevo, leía ‘La tumba del marinero’ metida en la cama y lo leía también al día siguiente sin salir de ella. Leí la mitad del libro cuando aún estábamos en 2013 y leí la otra mitad ya en 2014. Pero lo volví a releer innumerables veces más a lo largo del año como un refugio cálido al que se vuelve a por comprensión. Pensé en ‘La tumba del marinero’ en una misa funeral de alguien a quien solo veía una vez al año y deseé que el cura se sacara el libro de debajo de la sotana y empezara a leernos fragmentos para así dejar, por fin, de juntar palabras que todas juntas no decían absolutamente nada. ‘La tumba del marinero’ no solo fue el puente que unió mi 2013 y mi 2014 sino que marcó mi año entero abriéndome de repente los ojos a la poesía, un género al que hasta ese momento no había hecho mucho caso.
‘Porn & Pains’ de Elisa Victoria. En enero volví a Madrid por primera vez después de muchos años y derrotada por las ideas que en la adolescencia me lo habían vendido como un lugar maravilloso, lo encontré decepcionante. Unas semanas antes de mi viaje, un hombre me había seguido por la calle con oscuras intenciones y, a pesar de que había conseguido ponerme a salvo a tiempo, aquello me acabó de sumir en algo que Jack Kerouac describe al principio deOn the road como “my feeling that everythig was dead”. Aún así, después de muchos meses sin pisar una librería en condiciones, esperaba con ansias el momento de reencontrarme con mi querida La central. Allí, en La Central de Callao adquirí el precioso libro de Elisa Victoria, a la que acabé entrevistando meses después para Vice y con la que he mantenido conversaciones intimas sobre vaginas y fluidos. Por cierto, el libró cruzó el Atlántico y ahora vive en Colombia con mi querido amigo Didier Andrés Castro. Lo echo de menos pero me consta que con él está muy bien.
‘Primer amor’ de Turguenev. Nunca me había visto a mí misma como una persona que necesitara tanto el sol y el calor, más bien todo lo contrario… Habiendo vivido toda mi vida en el Mediterráneo, no fue hasta después de haber vivido en Londres que me di cuenta de cómo esta luz intensa se había metido en mí. Hasta mi primer invierno de vuelta en el Mediterráneo se me hizo insoportable. Con los primeros rayos de la primavera calentando mi ventana, leía Primer amor (regalo de @ursulabambi a la que nunca podre agradecérselo lo suficiente). El libro perfecto para ese momento porque, como ya contaba por aquí, en él entran en ebullición tanto la primavera como el amor.
‘Entre visillos’ de Carmen Martín Gaite. Libro que, hace unas semanas, reivindicaba en la web de la revista Eñe como clásico. Entre visillos llevaba años cogiendo polvo en mi estantería porque no basta con que un libro te llame, tiene que encontrar el momento adecuado para entrar en tu vida. Y ese momento llegó en la primavera de 2014. Volvía a la novela después de haber estado investigando la faceta poética de algunos de mis escritores favoritos como Federico García Lorca y Sylvia Plath (con mención especial a la EXCELENTE traducción que la poeta María Ramos realizó de Tres mujeres para Nordica). Para entonces yo ya había empezado a maldecirme un poco por no saber escribir poesía, llegando a despreciar la narrativa en mis horas más bajas. Además, “My feeling that everything was dead” me había recluido en casa al más puro estilo Emily Dickinson (a la que también leí) y se empezó a gestar en mí un bloqueo terrible al que intentaba sobreponerme mientras escribía ‘Londinenses’ para el ciclo Ficción rara de PlayGround. Fue entonces cuando leí ‘Entre Visillos’ y me vi reflejada en Natalia y me enamoré de Pablo Klein pero, sobre todo, me hizo recordar por qué merece la pena escribir.
‘Una temporada en el infierno’ de Arthur Rimbaud. Rimbaud fue mi amor de verano. La noche de San Juan la pasaba sola en casa leyendo por primera vez un libro de poesía que acababa de sacar de la biblioteca atraída por la cara de niño bueno de su autor y su biografía de niño rebelde. Era ‘Una temporada en el infierno’, caí rendida a los pies de Rimbaud con el primer verso:
“En otro tiempo, si mal no recuerdo, mi vida era una fiesta donde todos los corazones se abrían y los vinos no dejaban de fluir.
Una noche, senté a la Belleza sobre mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la insulté”.
Leí varias traducciones diferentes. Leí la edición anotada y me hice con una copia de la versión traducida por Laura Rosal y Luna Miguel. Empecé a pensar que solo podías fiarte de la poesía traducida por poetas. Pasé el resto del verano leyendo todos los libros de y sobre Rimbaud a los que tenía acceso. Devoré Prometo ser bueno: cartas completas (documento magnífico a pesar de las numerosas erratas de su traducción al español) y la biografía de Enid Starkie (trabajo exhaustivo de 10 a pesar del empeño constante y ridículo de Starkie de excusar moralmente a Rimbaud). Si la economía me lo hubiera permitido, al final del verano habría visitado Charleville, habría recorrido las calles que él tanto había odiado en vida y le habría llevado flores.
‘Majareta: manía, depresión, Miguel Ángel y yo’ de Ellen Forney. En esta novela gráfica autobiográfica, Ellen Forney no solo habla de cómo es el día a día de una persona bipolar no medicada, de cómo fue diagnosticada y de su reticencia inicial a tomar una medicación a la que acabó cediendo para salvar tanto su vida como su carrera, sino que plantea una interesante reflexión en primera persona acerca de la relación entre locura y creatividad y medicación y creatividad. Tal vez, si no hubiera leído este libro unas semanas antes de que mi médico me propusiera tomar citalopram para controlar mi ansiedad descontrolada, no habría aceptado y probablemente hoy no me habría sentado a escribir este post.
‘La realidad virtual’ de Vicente Monroy. 2014 ha sido un año el que he leído obras de gran calidad autopublicadas o publicadas directamente en Internet que merecerían mayor difusión y que no entiendo por qué no están aún en una mesa de novedades. Ha sido también el año de nacimiento de Los perros románticos, una comunidad literaria en la que he conocido a grandes compañeros de viaje que han hecho de este año algo bonito a pesar de ese sentimiento de que “everything was dead”, un sentimiento que se esfuma y que se queda ya atrapado para siempre en el recuerdo de todos esos libros que me han ido cambiando a lo largo de este año que se acaba en unas horas.
¡Nos leemos en 2015!