Se me ha olvidado traerme Vida de provincias a Barcelona y ahora es como si nunca lo hubiera escrito. Últimamente me siento despersonalizada. Elisa Victoria dice que es porque ahora soy una hoja en blanco.
El último día en las provincias conseguí, finalmente y después de mucho tiempo sin verlo por el semáforo, hablar con Antoñito. Creo que fue un regalo de despedida que la ciudad me hizo.
Antoñito ha resultado llamarse Juan Carlos, o como el responde a la pregunta: “como el rey”. Aunque todo el mundo le llama Juan. Tiene setenta y siete años y lleva setenta con su bici. Con la misma, a la que creo que quiere más que a su mujer. A los banderines raídos (uno de ellos de Dora, la exploradora), las estampitas descoloridas por el sol y todos los colgajos que decoran su bici, él los llama: “mis caprichos”.
Lleva de todo, desde una piña (de las que dan piñones) hasta un cartucho de escopeta (según él, suya). La variedad y lo inútil de sus caprichos parecen confirmarme su síndrome de Diógenes pero, por lo demás, lo juzgaría bastante cuerdo. Eso sí, sordo como una tapia.
Con respecto a las estampas de la virgen, cuando me intereso por ellas se saca un fajo del bolsillo y me dice que las colecciona desde que tenía veintiún años. Entonces era militar, más concretamente, paracaidista y un día no se le abrió el paracaídas. Aunque aquel día lo salvó el paracaídas de emergencia, el considera que fue Dios y le sigue estando muy agradecido.
Luego se fue a trabajar bajo el sol al campo pero dice haber vivido en muchos sitios diferentes, incluso en el extranjero. Ahora solo se dedica a pasearse con la bici todo el día hasta que le entra hambre y vuelve a casa. Lo que más le gusta son los mercadillos aunque dice que nunca compra nada, que va a hablar con la gente.
Antes de irme le pido una foto. Él me dice que no le importa porque todo el mundo le hace.
– Tendras que ponerte delante para que se vea bien la bici.
– No, si lo que yo quiero es una foto con usted.
Creo que no entiende que yo también quiera salir en la foto o que me interese más él mismo que su bici. Me pongo en posición de selfie y le explico que ahora vamos a aparecer los dos en la pantalla del móvil.
Pero cuando Juan Carlos se ve baja la mirada y se pone triste.
Me voy con pena pero antes le prometo que la próxima vez que nos veamos, le regalaré unas estampas para su colección.