Me paso el día escuchando la radio en el walkman. Siempre estoy esperando a que pongan la misma canción. Es sobre irte muy lejos volando. En casa, antes de venir aquí, conseguí grabar la mitad en un casete pero enseguida la cortaron para dar la hora y poner anuncios. A veces la escucho así pero no es suficiente. A los otros niños de mi edad que conozco no les gustan las baladas ni las películas tristes. Ellos alucinan ahora con It’s My Life de Bon Jovi y Matrix. A mí, sin embargo, me encanta todo lo que pueda hacerme sentir nostalgia por las cosas que todavía no he vivido.
También he empezado a leer diariamente las esquelas del periódico. Me gusta saber a qué edad ha muerto la gente, sobre todo cuando es joven. Aunque nunca sale nadie. Me pasa lo mismo en el cementerio, cuando por Todos los Santos vamos a dejar flores en la tumba de los abuelos y yo me paseo mirando las fotos y haciendo cuentas. En el coche todos se quejan de lo poco que les gusta esa visita anual así que yo no le he dicho a nadie que a mí sí y que me siento culpable por ello.
Aunque con las esquelas en parte busco que me vean. Estoy intentando decir algo que no consigo o que nadie quiere o sabe escuchar. Pero dejo de hacerlo ese mismo verano. Cuando pillo a mi madre y mi tía cuchicheando sobre el tema y viene mi tío a gritarme porque la gente de mi edad no lee las esquelas. Después me echa de su casa para que haga amigos. A esa hora de la noche todavía se escucha gritar y correr a los niños al final de la calle.