¿En qué momento terminar una serie a la que hemos sido adictos, con la que hemos sentido esa desazón especial tras cada final de temporada, que nos hemos llegado a tragar siete episodios seguidos en alguna ocasión, se convierte en una obligación? Es triste como cansarte de tu canción favorita porque la has escuchado demasiadas veces. A mí me ha pasado con cualquier serie que haya durado más de cinco temporadas porque ¿no dura el amor un máximo de cuatro años?
Me ha pasado con Cómo conocí a vuestra madre, me ha pasado con Modern Family, me pasó con Breaking Bad y me ha ha vuelto a pasar con Mad Men. Una serie que en su día puso patas arriba mi mundo, que en tiempos horribles ha sido refugio de mi dolor y que ya en tiempos más felices he encontrado repetitiva y tediosa. Porque si el cuerpo te pide Mad Men, mal asunto… ¿y qué otra cosa podía pedirme estando sola en la ciudad un viernes festivo de agosto por la virgen de turno? Sí, puse a cargar la primera parte de la temporada final de Mad Men y me gustó. Estos son algunos de los detalles que me han robado el corazón: